Amélie Nothomb
es una escritora diferente y peculiar. Todos los días, sin hacer
excepciones, se despierta, bebe medio litro de té y escribe de 4 a 8 de
la mañana. Su aspecto neogótico y su humor negro la han hecho portada de
numerosas publicaciones independientes. Le gustan los sombreros y el
champán. Sus entrevistas dejan ver a una persona con fuerte personalidad
e inteligencia. Desde 1992, fecha de su primera novela, ha venido
publicando un libro por año y se ha convertido en una de las autoras en
lengua francesa más populares.
Su padre, de origen belga, era diplomático en Extremo Oriente. Por
eso, ella nació en Japón y tuvo una infancia y adolescencia itinerante
con sus dos hermanos. Ahora vive entre París y Bruselas. De joven sufrió
problemas alimenticios y encontró su curación, su puerta de salida y
reafirmación personal, en la lectura y la escritura.
Todo ello ha marcado su obra y su carácter. El universo literario de
Nothomb
siempre recurre a estos tres temas: la búsqueda de la identidad, la
reflexión sobre el cuerpo y la necesidad de darle un sentido a la
existencia. Pero siempre desde la ironía, sin dramas. Sus textos son
inteligentes, rápidos, con frases cortas e incisivas. Hacen gracia y
entretienen, sin respiro, con asombro.
Ella suele denominar su manera de escribir como
"autobiografía ficticia", y así plantea esta novela, que empieza con la siguiente frase:
"Aquella mañana, recibí una carta distinta a todas las demás".
Amélie Nothomb
Y en el intercambio de cartas se basa esta historia, entre ella
misma y uno de sus lectores, un soldado del ejército norteamericano que
lleva seis años en Irak, que le escribe necesitado de comprensión. Aquí
comienzan las sorpresas. Porque el soldado le comenta un mal que le
aqueja a él y que se va extendiendo por las tropas americanas, un mal
que no se percibe por la sociedad como raro, sólo como ridículo. Mejor
no desvelar de qué se trata; la riqueza que aporta la literatura es ir
descubriendo poco a poco por uno mismo lo que se esconde en las páginas,
y más en este caso.
Dicen que es su mejor novela. Es realmente buena. Es ligera, pero no
banal. Es divertida, no deja descanso, mantiene en vilo hasta el final,
un final peculiar, como la propia autora, diferente. Transmite una
sensación curiosa: es como si una persona de pensamiento muy rápido
contase una historia muy bien hilada, con todos los matices, pero en muy
pocas palabras, sin tiempo para cavilaciones.
Una forma de vida es un libro breve, de sólo 146 páginas, como la mayoría de la obra de
Amélie Nothomb.
Con humor y desvíos nada previsibles, a través de las cartas, de ella y
de él, se plantean muchos temas: los problemas de las relaciones
humanas, la distancia idónea entre la frialdad y el fervor, la necesidad
de constatar la existencia del otro y las fronteras, los límites.
Porque la naturaleza de la correspondencia, del arte epistolar, es no
existir sin un destinatario.